Escuchó sirenas acercarse rápidamente y la vida de los humanos se paralizó. Dos Mercedes-Benz negros, con placas de la FSB -agencia de seguridad del Estado ruso heredera de la KGB- comandaban la fugaz comitiva; detrás de ellos venía otro Benz, pero éste transformado en limosina y con banderines de la Federación Rusa al frente, lo rodeaba un enjambre de carros alemanes y motocicletas que abarcaban los cuatro carriles de la avenida con dirección al Kremlin. ¿Quién es? Preguntó el muchacho a una señora que también contemplaba el show. Putin, contestó ella, seca. Vaya dispendio de recursos. Mira que paralizar el centro de la ciudad para que su majestad Vladimir Putin pueda circular a exceso de velocidad y pasándose tantos altos como quiera, como si fuera de otro nivel, como si no hubiera sido una persona extraída de la sociedad rusa para representarlos, pensó el joven.
La Rusia de hace ocho años era un país tan o más desigual que el actual México, y los rusos, igual que los mexicanos, se enojan por los gastos innecesarios que sus gobiernos realizan. “¿Por qué hemos de pagarle esos privilegios a Putin?” le preguntó sin esperar respuesta una amiga rusa al joven que presenció la caravana.
Qué razón tenía aquella chica, piensa ahora el muchacho al ver que diputados y senadores mexicanos han aprobado que los humanos les paguen sus beneficios.
No sólo es reprochable que el gobierno federal mexicano quiera aumentar los impuestos en este instante, sino que lo hagan sobre los mismos de siempre, esa clase trabajadora a la que le quieren quitar más de su salario para pagarse sus comidas de miles de pesos, sus celulares, y sus choferes.
¿Por qué los directivos de los tres poderes de gobierno no pagan sus boletos de avión con dinero propio? ¿Por qué no pagan el peaje en carreteras? ¿Por qué les tenemos que pagar sus contratos de telefonía celular –incluidas las llamadas personales-? ¿Por qué les tenemos que pagar sus comidas a ellos y a sus invitados? ¿Por qué no pagan gasolina? ¿Por qué no pagan los carros que utilizan? ¿Por qué no pagan ellos mismos su seguro médico privado? ¿O por qué no se atienden en el ISSSTE como la ley manda a todos los trabajadores del Estado?
La Secretaría de Hacienda, comandada por un imperdible de vista Agustín Carstens –quien se cree más inteligente que varios laureados con el Premio Nobel de Economía-, alega que “se debe cubrir un boquete fiscal que hay en el gobierno federal”. No hay boquete fiscal, lo que hay son funcionarios abusivos que se dan la gran vida a costa del trabajo de los demás, lo que hay son –aquí también- privilegios absurdos. ¿Por qué aquellos que tienen un puesto de director de área para arriba en la administración federal, con salarios superiores a los 100 mil pesos mensuales, reciben todos los beneficios económicos posibles con dinero público, cuando ellos podrían pagarse las tantas prebendas que se otorgan a sí mismos? No, lo que hay es un boquete moral y ético. Lo que hay es un gobierno plagado de vivales que pretenden vivir como hacendados en un país en el que se supone que el esclavismo terminó hace 199 años. Esto nos demuestra que el servicio público en México no existe, es una farsa bien montada.
Así como los rusos de hace ocho años estaban enojados por los excesos de Putin -muchos lo siguen estando-, los mexicanos de hoy están irritados con su realeza. Que llamen a un referéndum para ver si México aprueba esta alza de impuestos, y, de paso, para ver si luego de dos meses de trabajo la ciudadanía renueva el voto dado en julio pasado a los legisladores, a ver si continúan con su estatus de hacendados.
Foto publicada en El Economista. Senadores votando el alza de impuestos.