lunes, marzo 08, 2010

La maquiladora social

Se frota las manos. ¿Tonces qué mi comandante? ¿Vamos a ver a las maquilocas? El hombre de unos 45 años, entrecano y de 1.80 metros de estatura cuestiona a su amigo. Su interlocutor sólo sonríe. Quiénes son las maquilocas, le pregunto. Es que pusieron unas maquiladoras aquí en Acuña y las pinchis viejas que trabajan ahí son re-vagas, ¿verdad comandante? ¿Por qué? ¿qué hacen? No pues pasas por ahí y te agarran ahí abajo. Y se ríen las cabronas, dijo.

La conversación anterior la tuve hace unas semanas con un servidor público de
Ciudad Acuña, Coahuila, allá en esa frontera desesperanzada que tanto ha inspirado a los cineastas gringos que creen que eso es México.

La historia de las empleadas de maquilas que me platicó aquel hombre es la misma que he escuchado acerca de las llamadas muertas de Juárez. Que son mujeres de tacones veloces a quienes les gusta ir de una almohada a otra. Como si eso justificara el asesinato de cientos de mujeres. Si se aplicara esa premisa para todos, un muy alto porcentaje de los hombres serían maquilocos cuyas aventuradas costumbres los harían merecedores de un castigo que lleva a la tumba.

Entonces las maquilocas no existen, le dije al servidor público. Claro que sí, son vagas, si quieres te llevo, me contestó. Me quedé callado, no pude decirle nada más para no entorpecer el trabajo que estaba haciendo, me quedé con ganas de responderle que lo que sí hay es una maquiladora social que reproduce mentes incapaces de entender que la época de los griegos antiguos terminó, que las mujeres no son -y nunca han sido- seres cuya única cualidad tiene que ver con el sexo.



En la foto, trabajadoras de una maquila.

lunes, marzo 01, 2010

El hurto

Todo lo señala a él. Se lo llevan preso por ladrón, por apropiarse de una bolsa de pañales de forma ilegal en un supermercado. Esa es la lógica social: no has de tomar lo que no has ganado ni pagado; pero la lógica humana parece decirnos que hay excepciones, que dejen al hombre cambiarle el pañal sucio a su hijo o hija, quizá eso aminore la desdicha producida por el terremoto de 8.8 grados que despertó a Chile el sábado pasado.

Tampoco se trata de atizar el ambiente de ilegalidad que por momentos parece vencer a la razón en la ciudad de Concepción, pero si no hay personal encargado de abrir tiendas, si no hay alguien que cobre los productos deseados, no se puede sino pedirle al gobierno chileno que deje de hurtarle los visos de bienestar que encuentran los chilenos afectados.

De hecho, el robo más significativo es otro: el del gobierno chileno haciéndole creer al mundo que todo estaba bajo control, rechazando en un principio ayuda internacional y luego pidiéndola, lo que retrasó la llegada de equipos de rescate, productos y alimentos por lo menos un día. Y para alguien desesperado, un día equivale a mucho más que veinticuatro horas.

En Haití mucha gente que perdió la vida el 12 de enero de este año no murió por los efectos del terremoto de siete grados, en realidad falleció de pobreza. Esa poderosa precariedad que ensancha todos los problemas. Conocedores de su realidad, los funcionarios haitianos inmediatamente solicitaron ayuda; el gobierno chileno, en cambio, quiso aparentar que el bienestar alcanzado en una de las economías latinoamericanas con mejor desempeño era capaz de vencer las calamidades de uno de los sismos más potentes de la historia hasta ahora registrada.

Al de la foto, a ese que lo dejen llevarse los pañales ultra absorbentes. El verdadero hurto es el otro, el tiempo perdido provocado por el orgullo del gobierno chileno. Unos minutos tarde bastan para que la cifra de muertos se incremente en un cien por ciento, como sucedió ayer.



Foto de AP tomada de la BBC. Un hombre es detenido por los carabineros en la ciudad de Concepción, Chile.