martes, agosto 07, 2012

Celebración de la vida


Para los personajes de mi vida:

4 de agosto de 2012.


Cuando recién llegué a México de la maestría, en el año 2009, no tenía trabajo ni nada específico qué hacer. En esa búsqueda, un día en el Metro delante de mí iba una niña, de unos 14 años. Los dos íbamos parados. Luego, el conductor del convoy frenó de forma repentina y la niña, que no iba tomada de ningún pasamanos, perdió el piso. Al caerse se golpeó en la cabeza con mi rodilla derecha. La niña comenzó a convulsionar. Alguien jaló la palanca de emergencia y ninguno de los que estábamos a su alrededor fuimos capaces de ayudarla realmente. Su convulsión se detuvo sola. Así, una señora que iba con ella, quizá su madre o su abuela, la bajó del tren con la mirada perdida. La niña se sentó en el piso del andén, las puertas cerraron y nunca más supe nada. Si está bien, no lo sé. Si debí pedirle perdón por ir junto a ella, tampoco nunca lo sabré. Lo que sí sé, es que la vida a veces frena de forma repentina. Y en ocasiones nos tira y nos deja con la mirada perdida. A todos nos pasa.

Por eso los invitamos hoy, no para celebrar un doctorado que todavía no existe, tampoco para festejar un cambio de casa o que me hayan becado, y mucho menos estamos aquí para despedirnos.

Los invitamos porque nos dieron ganas de celebrar la vida; la misma vida que se nos escapa a cada instante y que así como nos deja nos vuelve a atrapar a punta de sonrisas, de emociones, de amigos insustituibles, de madres, padres, hermanos y familia que siempre nos hacen recuperar la conciencia y la mirada enfocada. Es como la vida hace poesía: nos da personajes, momentos y sensaciones, y nosotros le ponemos el sentido que queramos.

En este momento la vida ha hecho una obra magnífica, porque me ha permitido estar con muchos de los personajes que le han aportado más a mi existir. Con los que he soñado, los que me inspiran, los que me hacen querer ser mejor persona.

Estoy en una situación inmejorable, y nada tiene que ver con títulos creados por una convención social. Mi abuela materna era una mujer que por su contexto no pudo ni terminar la primaria y aun así le enseñó a multiplicar a uno de mis hermanos.

Así que esto nada tiene que ver con títulos. Se trata de reconocernos vivos, de aceptarnos únicos e irrepetibles; se trata de vivir a lo ancho.

Aquella niña que convulsionó al golpearse con mi rodilla, quizá, cuando recuperó la mirada sólida, comprendió como lo hice yo, que la vida es para abrazarla con fuerza; que se debe vivir a lo ancho, porque a lo largo no tenemos ninguna certeza.

Aunque tal vez es necesario aclarar que vivir a lo ancho no se trata de acabarse el mundo en un instante. No se trata de que nos mate la vida, sino de repartirnos ideas y emociones los unos a los otros, de encontrar retos fascinantes.

Puedo decirles con toda honestidad que si no estuvieran todos ustedes conmigo de nada habría servido volver a latir. Mi vida la han hecho ustedes, la gente que quiero, y les agradezco que hayan creado esta extensión de su ser que soy yo.

Porque un papel que diga que tengo un doctorado lo podría haber impreso en mi casa y no habría tanta diferencia, pero si ustedes no fueran parte de mí, mi familia, mis amigos, mis grandes maestros, si alguno de ustedes no fuera un personaje recurrente en mi vida, mi corazón no latiría con tanta fuerza como lo hace hoy.

Festejemos pues el estar vivos. Hagamos juntos, por siempre, esta gran celebración que es la vida.