Lo que parece lastimarnos es a veces lo que nos salva. Como en un desierto los cactus, dañinos en apariencia, te dan agua y te alimentan. Y de igual forma, la llamada “influenza porcina” puede servir para reestructurar el sistema de salud mexicano y mundial.
De 6 mil millones de personas que hay en la Tierra, cada año unas 100 millones son arrastradas a la pobreza debido a los altos costos de la atención médica, según la Organización Mundial de la Salud –que no cuenta a quienes se mueren sin llegar siquiera a conocer a un médico–. Hace 31 años, en Kazajstán, los países miembros de la ONU se comprometieron a lograr la cobertura global de servicios sanitarios. Pura palabrería. ¿A quién le importa hablar de salud universal cuando tenemos Mercedes-Benz y Audis tan bonitos por las calles? Es porque no está in discutir lo importante, lo que nos mantiene vivos.
Al final, en este desierto, estamos solos. Después de los hijos, de los padres, hermanos, de la novia, del novio, esposa o esposo. Más allá de todo, estamos solos. Por eso somos personas separadas, individuos. Pero el raciocinio es un don escaso y hay que aprovecharlo para reconocer que, al mismo tiempo, hay situaciones imposibles de solucionar de forma solitaria, como son las relacionadas con la salud. De ahí la necesidad de garantizarle a todos, todos, la atención médica, tanto preventiva como hospitalaria.
Si por precaución he de ponerme el tapanariz en la soledad de la ciudad, lo haré sin rezongar, pero a la boca, a las ideas, ni el miedo ni la fatalidad debe bloquearlas, hasta que todas las personas, sin distinciones de nada, tengan acceso a servicios de salud de calidad. Tal vez ese objetivo sea lo que nos ayude a transitar por este desierto... tal vez ese sea nuestro cactus.
Foto de Marco Ugarte/AP. Imagen del viernes 24 de abril en el metro de la ciudad de México.
Por Válek Rendón