Las miradas teatrales abundaron en la capilla tres del lugar, las actitudes arribistas fueron moneda corriente. Hace diez días, durante el velorio de Sergio Ortiz -quien es señalado como el líder de la banda de secuestradores que mató a Fernando Martí- abundó gente deseosa de parecer rica para esconder su pobreza.
Lo que menos importaba era el cuerpo o el alma de aquel hombre de valores puestos en duda, sus deudos estaban más ocupados en su presentación ante los fotógrafos y los videoreporteros. ¿Se alcanzará a ver en la tele el logo de Chanel de mi bolso?
Faltando a toda regla de oportunidad periodística, escribo sobre algo que sucedió hace más de una semana porque creo haber comprobado entonces las razones del secuestro en México. Éste tiene poco que ver con la natural desigualdad social generada por las estructuras vigentes o con la necesidad económica, el secuestro en México está más ligado a los sueños de vivir como se cree que viven los supuestos dueños del mundo; está más relacionado a una falta de autoanálisis que no le permite a muchas personas entender por qué sienten deseos desmedidos de ser admirados, por qué sienten ansia de que los volteen a ver, de pensarse mejores y más valiosos que los demás, sin importar que -en este caso y según las investigaciones del sistema judicial mexicano- esas bolsas Tous y Chanel -base de su confianza- se hayan obtenido a través del robo de vidas.
Yo no sé de cierto si el hombre era secuestrador o no, pero lo que sí le puedo reprochar es que haya reproducido dentro de su familia los antivalores que tanto dañan a la gente que vive en México, esos antivalores que producen secuestradores. Ya en otro artículo lo había mencionado, la máxima de esta gente es tener bienes materiales, no importa cómo ni a costa del sufrimiento de quién. El problema no es hacer dinero, sino cómo se hace. La cuestión no es la falta de educación, sino el enfoque que se le da a ésta. El asunto no es la escuela secundaria inconclusa de los mexicanos, sino que seamos un país educado por la televisión, los padres, los maestros y los amigos que buscan ser idealizados sobre cualquier cosa, antes que transmitir realidades.
Eso pasó hace diez días en la capilla tres de una funeraria al sur de la ciudad de México. Mientras tanto en la capilla uno, la capilla opuesta, el contrapeso se hizo presente: se realizaba el funeral de un caballero.
martes, noviembre 24, 2009
jueves, noviembre 12, 2009
Cuestión de orgullo
“Tú párate aquí por favor”. ¿Cómo? Ah, seguro soy uno de los pocos afortunados, me van a regresar el dinero y me dejarán pasar gratis al bar. Iluso, me habían hecho a un lado. Para cuando lo comprendí estaba parado junto a otra persona de piel morena, mientras los blanquiñosos nos pasaban junto, ansiosos por disfrutar la noche.
Esperé pacientemente mis cinco euros. “Tranquilo, en cuanto los tengas en la mano podrás hacer lo que quieras”, me dije. Tan pronto como mis dedos rozaron ese billete, símbolo de la unidad social y económica de 27 países, comencé a reñir al percherón de la puerta. Eres un puto racista, eso es lo que eres, le dije con los labios mientras mi cabeza decía que el tipo media más de dos metros de altura, que el ancho de su físico doblaba el mío y que sus pómulos parecían haber sido golpeados muchas veces. Pero mis labios no hicieron caso, ellos seguían -a no más de 15 centímetros de su cara- diciéndole que era un racista hijoeputa, mientras mi mano derecha acompañaba la escena, como un director de orquesta exaltado.
La experiencia anterior fue en Alemania, pero el racismo es una condición ideológica mundial que, quizá, nunca se borrará: como seres diversos y racionales nos reconocemos diferentes. El problema viene cuando los tratos diferenciados dan inicio, el derecho de uno es el lujo de otro.
Lou Dobbs era, hasta hoy, el único presentador de CNN en Estados Unidos que de forma abierta atacaba a los inmigrantes en ese país. Su blanco favorito eran los mexicanos, los llenaba de insultos y se apoyaba en pseudoargumentos para exigirle a su sociedad que le cerrara las puertas a todos los mexicanos –y de paso a todos los latinoamericanos-, que porque dañan a la sociedad estadounidense más de lo que la benefician, según él.
En realidad su batalla era personal, más que profesional o por patriota. Lou Dobbs es parte de las ya muchas generaciones fascinadas con el eurocentrismo ciego, con todo lo que ello implica. El principal argumento en contra de los inmigrantes mexicanos en EU es que la comunidad está creciendo muy rápido, que las proyecciones afirman que dentro de unas décadas allá será México otra vez, pero pocas personas saben que, de acuerdo con el Censo de EU, los mexicanos-estadounidenses –nacidos o con raíces en México- representan el 12.5 por ciento de la población en aquella nación, mientras que los alemanes-estadounidenses –la mayor parte nacida en territorio de EU- suman el 17 por ciento de los habitantes de un país donde viven cerca de 300 millones de personas. ¿Y por qué nadie se queja de la invasión germana en EU? Simple, porque la mayoría de los alemanes son mejor aceptados y pasan inadvertidos por tener características físicas que cuadran con la idea que muchos tienen sobre cómo debe ser un estadounidense.
El dato anterior es un indicador de que, quienes están en contra de la inmigración mexicana en EU, no le temen a que haya gente con raíces de otro país queriendo dominar a esa nación, sino que le tienen pavor a un grupo de morenos en posiciones de poder dentro de su sociedad. Eso les pega en el orgullo eurocentrista.
A Lou Dobbs, como portavoz del racismo gringo, se le cayó el micrófono de CNN, aunque se rumora que ya está en pláticas con sus iguales: va a firmar con Fox News para seguir con su lucha antiinmigrante. Eso a él, y a mí, luego de una gestión con la Agencia Antidiscriminación alemana, el percherón del bar me tuvo que dar una disculpa por escrito luego de que me excluyera por motivos raciales. Me invitaron a pasarla “bomba” en sus instalaciones, con todo pagado. No acepté. También es cuestión de orgullo, les contesté.
Imagen tomada de Absolutads.com. Print de la campaña publicitaria de Absolut, lanzada en abril del 2008.
Esperé pacientemente mis cinco euros. “Tranquilo, en cuanto los tengas en la mano podrás hacer lo que quieras”, me dije. Tan pronto como mis dedos rozaron ese billete, símbolo de la unidad social y económica de 27 países, comencé a reñir al percherón de la puerta. Eres un puto racista, eso es lo que eres, le dije con los labios mientras mi cabeza decía que el tipo media más de dos metros de altura, que el ancho de su físico doblaba el mío y que sus pómulos parecían haber sido golpeados muchas veces. Pero mis labios no hicieron caso, ellos seguían -a no más de 15 centímetros de su cara- diciéndole que era un racista hijoeputa, mientras mi mano derecha acompañaba la escena, como un director de orquesta exaltado.
La experiencia anterior fue en Alemania, pero el racismo es una condición ideológica mundial que, quizá, nunca se borrará: como seres diversos y racionales nos reconocemos diferentes. El problema viene cuando los tratos diferenciados dan inicio, el derecho de uno es el lujo de otro.
Lou Dobbs era, hasta hoy, el único presentador de CNN en Estados Unidos que de forma abierta atacaba a los inmigrantes en ese país. Su blanco favorito eran los mexicanos, los llenaba de insultos y se apoyaba en pseudoargumentos para exigirle a su sociedad que le cerrara las puertas a todos los mexicanos –y de paso a todos los latinoamericanos-, que porque dañan a la sociedad estadounidense más de lo que la benefician, según él.
En realidad su batalla era personal, más que profesional o por patriota. Lou Dobbs es parte de las ya muchas generaciones fascinadas con el eurocentrismo ciego, con todo lo que ello implica. El principal argumento en contra de los inmigrantes mexicanos en EU es que la comunidad está creciendo muy rápido, que las proyecciones afirman que dentro de unas décadas allá será México otra vez, pero pocas personas saben que, de acuerdo con el Censo de EU, los mexicanos-estadounidenses –nacidos o con raíces en México- representan el 12.5 por ciento de la población en aquella nación, mientras que los alemanes-estadounidenses –la mayor parte nacida en territorio de EU- suman el 17 por ciento de los habitantes de un país donde viven cerca de 300 millones de personas. ¿Y por qué nadie se queja de la invasión germana en EU? Simple, porque la mayoría de los alemanes son mejor aceptados y pasan inadvertidos por tener características físicas que cuadran con la idea que muchos tienen sobre cómo debe ser un estadounidense.
El dato anterior es un indicador de que, quienes están en contra de la inmigración mexicana en EU, no le temen a que haya gente con raíces de otro país queriendo dominar a esa nación, sino que le tienen pavor a un grupo de morenos en posiciones de poder dentro de su sociedad. Eso les pega en el orgullo eurocentrista.
A Lou Dobbs, como portavoz del racismo gringo, se le cayó el micrófono de CNN, aunque se rumora que ya está en pláticas con sus iguales: va a firmar con Fox News para seguir con su lucha antiinmigrante. Eso a él, y a mí, luego de una gestión con la Agencia Antidiscriminación alemana, el percherón del bar me tuvo que dar una disculpa por escrito luego de que me excluyera por motivos raciales. Me invitaron a pasarla “bomba” en sus instalaciones, con todo pagado. No acepté. También es cuestión de orgullo, les contesté.
Imagen tomada de Absolutads.com. Print de la campaña publicitaria de Absolut, lanzada en abril del 2008.
Labels:
alemania,
estados unidos,
mexico,
migracion,
racismo
Suscribirse a:
Entradas (Atom)