Eran las tres de la tarde del último viernes, quizá los 176 niños que estaban en la guardería ABC de Hermosillo, Sonora, tomaban la siesta después del mediodía. En una bodega contigua un carro explotó. El fuego, buscando oxígeno para sobrevivir, llenó el lugar y siguió hacia la estancia infantil.
Los niños tenían entre uno y cinco años de edad. Llegaron bomberos y asistencia médica, pero no fue suficiente. El fuego bloqueó la entrada a la guardería y los bomberos derribaron paredes, sacaron a 145 niños con vida, los otros 31 murieron por asfixia en medio del resplandor.
Y aquí va nuestro Lobohombo infantil. El Presidente de México dice que le manda sus condolencias a los deudos, sería mejor que mandara una revisión seria a todas las guarderías del país. ¿Cómo un espacio con niños encerrados en cunas -que aunque entendieran la situación no podrían escapar- no tiene sistemas de emergencia en caso de incendio? Algunos aspersores en los techos habrían sido de gran ayuda, o al menos habría dado más tiempo para salvar a más niños.
¿Acaso son necesarias las desgracias para comenzar a actuar con sentido común? No lo creo. Cómo se le devuelve la felicidad a los padres. Para qué se usarán los baberos que se quedan sin dueño en la casa de las familias afectadas. A quién habrían hecho sonreír esos niños en caso de haber vivido más tiempo, de quién y de qué se habrían enamorado.
Foto de Martín Vallejo/Crítica. Afuera de la guardería ABC en Hermosillo el viernes pasado.
El tipo de noticias que uno no quiere escuchar... triste
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