Nuestro sistema educativo es una desgracia. El alumno más destacado es el que obedece y se queda callado, no el que debate, no el que replica, no el que cuestiona, no el que trata de generar soluciones novedosas.
La creatividad ha sido disminuida al máximo, tanto en los estudiantes como en los maestros. En algún punto de la historia compramos que todo está hecho, que todo está escrito y no hace falta más que seguir la receta para crear personas que sepan poner una letra tras otra o multiplicar.
No es sólo un problema del sistema educativo en México, es en todo el mundo. El supuesto desarrollo económico y social al que aspiran la mayoría de las sociedades conlleva una alienación que permite a la gente pensar, pero sólo como lo hacen los demás, salirse de ahí está prohibido; la idea de civilización trae consigo la homologación de habilidades, la ruptura del aprendizaje continuo que es la vida para convertir a la gente en “especialistas” que no pueden salirse de su campo de trabajo.
Y entonces nuestros niños sólo hablan de convertirse en alguien que ya existió. Nuestras sociedades han logrado que casi todos los individuos se olviden de su singularidad para querer convertirse en alguien más. Se perdió la unicidad, el ser irrepetible está en extinción porque nos enseñan a avergonzarnos de nuestras rarezas.
Y la escuela actual, de forma deliberada, juega el papel del villano. La escuela, entendida como un espacio donde uno aprende del otro, donde el maestro facilita recursos para que el estudiante explote de manera elegante en la mente de los demás, donde el estudiante no sólo es capaz de inferir que algo escrito no es cierto, sino que además lo reta y lo pone a discusión, esa escuela es la única que puede generar libertad, libertad de pensamiento, de hacer o deshacer, la libertad que sabe discernir entre el hacer injusto y el deshacer responsable.
Quizá no me toque conocer una escuela nueva, una a la cual los niños amen ir no sólo para ver a sus amigos, una que les despierte interés por conocer cómo funcionan las cosas y los seres vivos, una que les muestre que el mundo no está concluido, por el contrario, se reconfigura todos los días. Una que le dé la confianza a cada niño para entender que tienen aún mucho por hacer, por inventar, por descubrir, por escribir. Aunque no me toque verla en plenitud, confío en que la escuela cumplirá un día con su encomienda.
Hoy termino mi ciclo en el proyecto periodístico por el que más pasión he sentido. Le agradezco al lector deseoso de cambiar la realidad educativa. Sigamos poniendo la educación a debate para crear la escuela nueva.
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