Lo que mal empieza mal acaba, dice la sabiduría popular. Fuera de la aparente aséptica organización, que no podía ser de otro modo porque los gringos dispendiaron más de dos mil millones de pesos en tiempos de crisis sólo para la toma de posesión, Barack Obama le dejó claro al mundo que no es la combinación de Superman y Batman que muchos creen.
Su equivocación en el momento decisivo, a la hora de jurar "preservar, proteger y defender la constitución de los Estados Unidos", podría entenderse como un signo de lo que realmente debemos esperar de la nueva estrella de televisión, ser lo que es: una persona con errores como cualquier otra. Claro, sin perder de vista que sus seguras futuras pifias afectarán a millones en todo el mundo.
Además, durante su discurso comenzó a dejar ver su verdadero rostro; una vez tocada la biblia de Lincoln no hay razón para fingir más, debe haber pensado. Habló de guerras y mostró su deseo porque su país siga dominando al resto de las naciones, lo que es, a grandes rasgos, como también entendía el mundo el genocida que le precedió (aahh, la libertad de bloguear).
Yo no sé si será su incursión a la cabeza del gobierno más fundamentalista del mundo lo que le quitó la aureola de simpatía que le rodeó en campaña -sí, aunque se bajara del Cadillac hechizo aguanta-bombas-nucleares a caminar y saludar al pueblo-, pero me dio la impresión de que Obama, el presidente del mundo, hasta perdió un poco la claridad mental que lo llevó a Washington DC. Y es que cuando las expectativas son muy altas, no se puede sino decepcionar al otro.
Por Válek Rendón