La historia es, al final, la que nos sabemos, o la que creemos que es. Y en el caso de la historia del cine mexicano, jamás había visto una película tan triste como lo es El Infierno, de Luis Estrada.
Es triste no por su argumento, el cual no me parece ajeno a los titulares de los diarios o a las imágenes de los noticieros televisivos. No. Me parece triste por su tremenda oportunidad; porque muestra con una simpleza insuperable lo torcido de la sociedad mexicana desde las entrañas.
Estrada tuvo mucha capacidad para adentrarse en ese mundo del narco en el que todos los mexicanos somos especialistas, pero el cual pocos retratan de forma tan lúcida. Nos recuerda que lo único que quieren los mexicanos es vivir bien -lo que sea que eso signifique-, y tanto las personas con las riendas del país como las instituciones supuestamente creadas para dar seguridad social se pierden en su propia búsqueda del vivir bien.
Somos un país de instituciones rebasadas por una sociedad hambrienta de todo, por ciudadanos que desean poseer casi todo lo que ven que existe y lo que creen que va a existir.
Es triste escuchar a Chalino Sánchez, el cantante de corridos asesinado que en mi niñez logró emocionarme con sus historias de héroes descolocados, personas que desafían todo contexto social. Son vidas desaprovechadas por el México expulsor que sólo tiene ojos para sus consentidos.
Es la película más triste porque me recuerda que me tocó vivir un tiempo muy oscuro de la historia de México. A estas alturas habría preferido vivir la Revolución, al menos ahí se buscaba algo. Acá no. Acá son los balazos sin la causa, la vida no vale nada.
El legado de la época que nos tocó vivir es que en México los problemas se resuelven a lo bruto, a lo idiota.
Vaya pues mi reconocimiento a la película más triste de la historia del cine mexicano. Palmas para Estrada y su gente.
Foto: cartel de El Infierno.